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Unidos por Cristo. Separados por Gusto.
Aunque en diferencias dogmáticas no exista un gran abismo: Los reformistas se empeñan en simular que la disgregación no es un problema serio, simplemente por no poderle hallar a esta dificultad solución. En realidad, desde el momento en que ya no se reconoce ninguna autoridad discipular fuera de los apóstoles, lo mismo da, si exhorta con sus razones el Papa o cualquier santurrón. De ahí que, montones de comunidades sectarias sobreviven aisladas con sus propias verdades, trayendo más y más confusión. Rechazan las garantías sacramentales puestas en práctica dentro de la Iglesia Universal, por no querer dar crédito ni importancia a la tradición. Todo esto, sumado al interés económico, al nacionalismo, al prejuicio cultural y de clases, es que se vuelve simplemente imposible cualquier intento de reunificación.

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